Sobre la mesa, las coronas de flores blancas y las velas que consumen los vasos de cristal, van formando alrededor del ataúd una cadena de luces amarillas que resguardan al difunto. Lorenzo, el último de los hermanos de Adelina estaba ahí dentro, en medio del cuarto como los demás. Primero fueron mamá Pachita y Don Herculano, ellos fueron velados en la misma mesa que los hijos e hijas, y como las otras veces, Adelina se quedó a dormir en la cama al otro lado del cuarto, pero no dormía, mantenía la mirada hacía aquel agujero en el techo de madera que marcaba una línea blanca hacía su cama.

@serantabooks

– ¡Entonces sí  me dejaron, condenados!, aún cuando les dije que yo no quería la responsabilidad. Les dije que esta casa era de todos, porque fue de nuestros padres, ¿y qué hicieron? La dividieron como si de carne se tratará: 

“Los tres cuartos de abajo que sean de los hijos de Josefina, Pablo y Toño; para la hija de Reyna, al lado de la cocina”,

hasta construyeron los cuartos de arriba, que dizque para mis hijos. Repartieron hasta llaves y miren ahora, ni uno solo se quedó, nada más se acabaron las lágrimas y el café para que cada uno subiera a su coche y se fueran del pueblo. 

@joannahalpin

El ruido de los grillos armonizaba la escena. La puerta de madera casi carcomida en las orillas estaba cerrada con una piedra en la esquina, las cortinas que cubrían las ventanas, tan pesadas, llenas de polvo, impedían el paso del aire. Las paredes de adobe y cemento mantenían la temperatura del exterior, estaban vacías al igual que el piso de tierra, donde reposaban los cirios al pie de la gran mesa. Detrás de la mesa, sobre la pared colgaba lo que quedaba de una escalera de mecate, al pie de la cama y hasta la puerta una fila de petates de palma enrollados y apilados.

El semblante de Adelina se iluminó por el fuego de las velas, las líneas de su cara se delineaban hasta el cuello plegado, en la boca se asomaban los tres dientes que había resguardado estos noventa años, su pelo crispado y canoso descansaba ligero en la almohada de esponja, se cubría del frío que le tensaba las manos y los pies. Desde que se fue del pueblo solo visitaba la casa algunas veces al año y jamás cambió las cobijas de lana de borrego que le hizo mamá Pachita la primera noche que durmió ahí.

MILPA by @leandrobulzzano 

-Ya antes se había dicho que las milpas y los terrenos de mi padre no se vendían, que de ahí podríamos vivir, pero poco te importó, ¿Verdad Toño?, porque tan pronto mi mamá murió te pusiste a apalabrar los terrenos con aquellos del monte y cuando te dije que con qué papeles los habías dado, nunca imaginaste que yo sabía donde estaban las escrituras de todo, aun cuando mi mamá en vida me dejó claro que el castigo por casarme e irme a la ciudad sería no tener derecho a nada de este pueblo, ni siquiera este cuarto. Pero ahora no hace falta, ya no hay nada, todo se perdió por falta de cuidado y de quien quisiera las tierras, los animales y con ello, los hijos se siguen peleando por esta mísera casa.

Album art for Spectre by Stick To Your Guns. Artwork by Tom D. Kline

Afuera los perros irrumpían el silencio, los árboles se sacudían y el ciruelo lanzaba al suelo el fruto que manchaba de rojo, viscoso, que atraía las moscas. – Pero no se preocupe mamacita, a mi nunca me interesó quedarme con nada porque no lo necesité, ni ahora, ni nunca, pero si a los otros, vieras visto; terminando la misa Octa, el hijo de Toño se me acercó:

 -Tía, ¿entonces cómo quedamos?, mi tío Lorenzo y los de Iztapalapa íbamos a ver los terrenos de mi papá la 

otra semana para ir fincando, pero pues se nos fue, pero ya nomas nos falta el permiso de usted.

-¿Cuáles terrenos cabrón?, si esos ya son del pueblo, de quienes los trabajan y necesitan, no para andar fincando., Le corté la palabra y salí del cuarto por el café que estaba hirviendo en la cocina de piedra. 

Adelina se levantó y con sus sandalias caminó con los pies entumecidos hacia el final de su cama para desenvolver cada uno de los petates en el piso del cuarto, los colocó sin dejar espacios, los que sobraron en las ventanas y en la puerta. – En el fondo ya sabía, siempre recurrieron a mí para resolver los problemas familiares, me iban a buscar para ayudarles, pero yo no voy a firmar ningún papel, esta casa es de todos y de nadie, nada nos pertenece porque al morir nos vamos sin nada.

Para qué pelear por los cuartos, por el ciruelo, si ya ni viven aquí, a nosotros tampoco nos pertenece porque ni del pueblo éramos, o eso dijeron de nosotros hasta que el último fundador murió. Y ahora que no queda ninguno, todo me lo dejan, pero que conste en mí las consecuencias de mis decisiones porque de aquí me voy sin repartir ni un solo petate.

Comenzó a rezarle al féretro hincada, deshojó las flores de los arreglos sobre el suelo de palma. Sobre su cama, repartió ritualmente la botella de alcohol de caña que llevaba dentro de su bata por todo el cuarto y sobre la caja. Volvió a su cama con uno de los cirios que casi se consumía y lo colocó debajo de la cama de madera. 

-Ya no los entretengo más mis muertitos, todos merecen descansar y por hoy ha sido todo. Por la señal de la santa cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu santo, amén.

Desde la cocina hasta el portón de la casa, una inmensa ola de calor hizo calmar el viento, los ladridos, los grillos, las angustias y las culpas. La luz de la noche contrastó con la luz cálida de la casa en medio del pueblo y anticipó en la mañana el humo blanco que se asomaba hasta la carretera.