Por casualidad platiqué con una curadora de la Ciudad de México. Estaba entusiasmada contándome sobre las exposiciones recientes que había montado. Luego, el tono de la conversación cambió cuando mencionó las dificultades a las que se había enfrentado como mujer para desempeñar su labor.

Fue apoyada en su camino para desarrollarse profesionalmente, pero tuvo una mala experiencia con un compañero: la acosó. Entonces, procedió jurídicamente ante las instancias correspondientes del museo y del MP (Ministerio Público). Ningún espacio atendió con seriedad su caso, lo dejaron pasar. Eso aumentó su sentimiento de culpabilidad. Cargó en silencio el peso de la experiencia por un tiempo. 

Hasta que decidió ir a terapia y hablar con sus compañeras de trabajo y otras mujeres de su vida. Ahí encontró el apoyo necesario aunque su proceso demoró. Ella mencionó que tras varias sesiones con la psicóloga, especializada en perspectiva de género, comprendió que lo que había vivido no era su culpa.

Toda la experiencia la llevó a reflexionar sobre la responsabilidad que tuvo que asumir a causa de su acosador. Fue ella quien cargó con la culpa debido a los discursos sociales que tenía interiorizados y los que se le repitieron; fue ella quien se hizo cargo de sus terapias para sanar.

El caso de la curadora es una muestra de los desafíos a los que se enfrentan las mujeres en el ámbito laboral y en la vida cotidiana en general. También, ilustra la deficiencia de las instituciones para apoyar y proteger la integridad y la salud mental de las mujeres.