«Lo personal es político»… ¿Cuántas veces, como mujeres feministas, no hemos repetido esas palabras? Desde Artistas, No Musas, reconocemos el compromiso que tenemos con nuestro público y con nosotras mismas; es por ello que nos atrevemos a hablar de los temas que nos atraviesan, que nos importan y que no vemos representados en otros medios de comunicación.

Nuestras experiencias personales y lo que sentimos son de gran importancia al momento de tomar decisiones. Así que queremos hablarles de la salud mental, desde las vivencias de varias de nosotras. Para ello, vamos a adentrarnos en un espacio personal: nuestra conexión con el arte de otras mujeres.

Es común que busquemos el acompañamiento del arte cuando las cosas no están yendo bien: cuando tenemos crisis o momentos complicados en nuestras vidas. Esto sucede porque psicológicamente nuestra situación se vuelve más digerible, junto a un sentimiento de identificación. Es decir, llegamos a sentirnos relatadas en aquellas narrativas de otras mujeres: podemos dejar de sentirnos solas en ese remolino de emociones y sucesos.

Los fragmentos que leerán a continuación forman parte de alguna integrante de Artistas, No Musas; cada uno contado desde la intimidad. Esperamos que con nuestras palabras puedan sentirse parte de esta comunidad, y tambien que sepan que no están solas.

Karen H. Barrón

A los 13 años la vida dejó de tener sentido para mí: me levantaba después de una noche sin descanso, me vestía y hacía mis actividades diarias. Engañaba a mi familia para que pensaran que sí estaba comiendo, pero en realidad no lo hacía. Todos los días le daba vueltas a la misma idea: que la vida no valía la pena.

Cuando me sentaba, sentía la manera en la que el peso de lo que cargaba me mareaba; me hundía, me aplastaba hasta que lo único que podía hacer era ver cómo todo se movía extremadamente rápido a mi alrededor. 

Por eso no me gustaba sentarme, acostarme ni dormir. Hasta que, por azares del destino, llegó a mis manos ell libro: Night School de C.J. Daugherty. A pesar de que no tenía mucha fe en la literatura ni en ninguna otra actividad, sorprendentemente pude sentir paz cuando recorría cada una de sus páginas. 

¡El libro se volvió mi amuleto, lo llevaba a todos lados! La historia de Allie, la protagonista, me sacaba a ratos de la ráfaga de pensamientos negativos y suicidas; era como tener momentos de tranquilidad. Durante el tiempo que duró esta condición tuve el acompañamiento de la escritura de una mujer lejos de mí contexto, pero que me hablaba de un mundo en el cual podía sentirme cómoda.

Después de un par de años decidí que no podía seguir viviendo así, en altos y bajos cada vez que la depresión se presentaba. Para tener una vida digna, me atreví a buscar ayuda psicológica. Hoy guardo en mi corazón el libro de C.J Daugherty, porque sé que de no haber sido por sus palabras, el camino hubiera sido más oscuro. 

Nikhté Valverde Mendoza

Tenía 19 años cuando tuve mi primer intento de suicidio y mi primera crisis disociativa, todo provocado por la violencia incontrolable de quien era mi novio. Pero la música me mantuvo viva, entre mis principales sostenes emocionales me gustaría reconocer a: David Bowie, Janis Joplin y Daniela Spalla.

Cuando tenía ataques de pánico terminaba tirada en el piso, temblando y sin reconocer dónde estaba, pero Janis Joplin me salvaba de esos momentos. Al fondo escuchaba la canción Little Girl Blue, y con su voz ronca, parecía que me cantaba al oído:

«Count your little fingers, my unhappy, my unlucky, little girl blue»

Little Girl Blue, Janis Joplin 

Era entonces cuando regresaba a la realidad: veía cada uno de mis dedos, los contaba y los movía. 

Cuando no tenía crisis graves, pero la ansiedad por mi relación estaba presente, Daniela Spalla hizo lo que mi psicóloga (una señora que defendió a mi agresor) no logró hacer: calmarme y hacerme sentir mejor. Daniela me ponía feliz, me hacía sentir triste y siempre, siempre, siempre, me daba tranquilidad. Su disco: «Camas Separadas», sonaba en mis audífonos todos los días.

Gracias a estas dos mujeres, principalmente ellas, sigo aquí. Luego están Elsa y Elmar, Etta James, iLe, Mon Laferte, Rebeca Lane, Vanessa Zamora, Ely Guerra y hasta Jenni Rivera. A las mujeres en la música yo les debo la vida.

Mich León C.

Tengo un par de cuestiones inconexas a relatar sobre el arte junto con mi bienestar, acompañadas de algunas autoras y de muchas amigas creadoras; pero elegiré solo una. Desde mi infancia encontré hogares, todos hechos por mujeres, los cuales me ayudaban a vencer la pesadumbre de mi caminar. Siento que mucho de mi malestar se sembraba en esta corta palabra que me denomina, que me encierra en miradas o que a veces me corta a tajos; que me consume y me implota. 

En los hogares descubrí un montón de palabras e imágenes que, aún sin conocerse, se encontraban y se acompañaban. La carta de despedida de Virginia Woolf se ensambló en mi cuerpo, junto a una fotografía de Graciela Iturbide: un hombre solo, con una parvada negra detrás.

Con él, mi llanto y mi cuerpo solitario. Entre nosotras, el silencio de contemplar; mucho más allá de nosotras, la ternura de sabernos acompañadas en la soledad por ese vínculo intangible, formado por nuestras miradas en una imagen, hacia una misma dirección.

La salud mental y el arte, Jannai González.

Años atrás no tenía ningún impulso para poder estar en paz, ni para tener algo de consuelo sin estar acusándome por lo que no hice con la persona que falleció. Sentía que todo ese dolor se quedaría en mí, sin saber que se puede vivir con ello: no se quita, pero ya no duele. No te hace pensar en todos los escenarios del «hubiera hecho». A través de la creación del arte pude canalizar ese dolor y los pensamientos negativos que llegué a tener. Esa fue la primera vez que pude lidiar con ese dolor, yo sola.

Pero la segunda vez no fue lo mismo: la pérdida de uno de mis creadores (mi padre), junto con la pérdida de un hijo, hicieron que me hundiera en la depresión y la ansiedad. Al intentar resolver problemas externos, descuidé mi propio cuerpo y mi salud. No podía dormir ni comer, hasta que todo estuviera resuelto. Me ocupé tanto en los demás, que dejé de ser mi prioridad.

Pude salir adelante gracias a mi red de apoyo y el arte. Comprendí que hay muchas cosas que no puedo controlar; pero al pintar, al transformar personas en seres imaginarios a través del arte corporal, logré crear esos mundos que me daban tranquilidad. Esos mundos que me mantenían ocupada y que me ayudaban con mi dolor. 

Es difícil tener paz mental, pues se necesita ayuda de profesionales para que en conjunto se pueda tener una gran calidad de vida: tanto para ti, como para tu entorno familiar, profesional y social.

El arte salva vidas, a mi me salvo.

Luz Ximena Palafox Rivera

Espigar: Recoger las espigas que han quedado en el campo tras la siega. 

“Eres muy inteligente, pero muy floja”… esta ha sido una frase constante en mi vida escolar. Fuera de las aulas, mis esfuerzos tampoco parecen bastar para un mundo que se mueve vertiginosamente, en el que yo suelo elegir la lentitud o la pausa. Paso mucho tiempo ideando o haciendo pequeños esfuerzos, que pienso que no van hacia ningún lugar concreto. Esta situación me mantiene en un estado de frustración conmigo misma. 

Cuando conocí la palabra «procrastinación», hace unos cinco años, me obsesioné con ella. Creí haber encontrado la fuente de todos mis problemas, como si por fin me hubieran dado el diagnóstico certero y absoluto de mi enfermedad. Parecía que tenía solución: rutinas, métodos, meditaciones, vitaminas, entre muchas otras cosas.

Pero la imposibilidad que tenía de acceder a la salud psicológica me llevó a un estado de autoexigencia voraz, impulsada por «tratar de curarme». Esto no podía terminar bien: a ese corto periodo de productividad, le siguió un bloqueo absoluto. Un estado permanente de tristeza, derivado de la culpa por no alcanzar la perfección ni la inmediatez. Lo único que realmente podía hacer con satisfacción era ver películas, y así me encontré con el cine de Agnès Varda. 

Algo cambió en mí después de ver: “Los espigadores y la espigadora”. El documental plantea la preciosa idea de que la creatividad se compone del fragmento; de la colecta de cosas que a los ojos de los demás pueden parecer un desperdicio sin utilidad. Con un montaje formidable, Varda compone su documental de pequeñas grabaciones que fue recopilando a lo largo de muchos años, fragmentos sin un propósito inicial.

Espacio, tiempo, paciencia y una fuerte crítica a la productividad y la instrumentalización. Esas ideas se sembraron en mí como semillas que germinan para crecer a pesar de todo, como las plantitas que se abren paso entre las banquetas. 

Gracias a la atención psicológica, a mí red de apoyo, y entre muchas otras cosas, a Agnès, me permito fallar; escuchar mis necesidades, seguir mi propio ritmo a la vez que trabajo en mi sentido de la responsabilidad.  Espigar, ir despacio y detenerse  también es una forma de crear y resistir.