Expectativa consumista
La expectativa amorosa hoy en día puede catalogarse como el estado del agua más inestable que existe: el líquido. Siempre garzo en su naturaleza, porque a pesar de existir otros dos estados —sólido y gaseoso—, cada uno con sus respectivas características y estabilidad, es este primero el que no se adapta a la necesidad ferviente del cambio.
En cambio, pareciera un remolino en la mar que solo pide sin dar, o da con la necesidad de recibir. Así, en el día a día, la expectativa que se mantiene dentro de las parejas se transforma en un ciclo constante de demandas y comparaciones. Este fenómeno, lejos de consolidar relaciones sanas, debilita otro pilar esencial para el avance de las mujeres en la sociedad: la sororidad. En cambio, pareciera un remolino en la mar que solo pide sin dar, o da con la necesidad de recibir. Así, en el día a día, la expectativa que se mantiene dentro de las parejas se transforma en un ciclo constante de demandas y comparaciones. Se espera atención, detalles, presencia, validación, y al mismo tiempo, se teme no estar a la altura de lo que el otro espera.
Este desgaste emocional, alimentado por modelos idealizados del amor romántico, no solo erosiona la autenticidad del vínculo, sino que también genera frustración y competencia. Este fenómeno, lejos de consolidar relaciones sanas, debilita otro pilar esencial para el avance de las mujeres en la sociedad: la sororidad. Cuando la afectividad se convierte en un terreno de comparación —quién tiene la pareja más atenta, quién recibe más regalos, quién publica la historia más envidiable—, se siembra una rivalidad silenciosa entre mujeres que obstaculiza la empatía, el apoyo mutuo y la construcción de redes de cuidado. En lugar de fortalecer la solidaridad femenina, el amor condicionado por expectativas impuestas puede fomentar la desconfianza y el juicio, alejando a las mujeres entre sí y restando fuerza a sus luchas comunes.
La necesidad de sentirnos especiales mediante demostraciones materiales del amor genera no solo una presión constante sobre las relaciones, sino también un clima de competencia silenciosa entre mujeres, donde la valía se mide en flores, regalos y publicaciones en redes sociales.
Citando el libro Modernidad líquida de Zygmunt Bauman, podemos entender esta fragilidad afectiva cuando señala:
“Ya no toleramos nada que dure. Ya no sabemos cómo hacer para lograr que el aburrimiento dé fruto”.
Bauman no solo describe la fugacidad de los vínculos actuales, sino también la manera en que la cultura contemporánea ha trasladado esa fugacidad al terreno amoroso. Hoy, cuando una mujer ve en redes sociales —quizá en la historia de una amiga o conocida— la imagen de un ramo de flores con la leyenda “el mejor novio del mundo”, los primeros pensamientos que emergen suelen ser: “Yo también quisiera”. Sin embargo, cabe preguntarse: ¿este deseo surge de un anhelo genuino o de una sensación de carencia? En una sociedad donde el valor personal muchas veces parece medirse por la validación externa, el amor también se convierte en un objeto de consumo, en algo que debe exhibirse para ser validado. Así, las relaciones dejan de ser espacios de construcción mutua para convertirse en vitrinas emocionales, donde lo importante no es tanto la calidad del vínculo como su apariencia frente a los demás.
El sentimiento puede ser válido, pero no por ello justifica la exigencia constante ni la falta de respeto hacia las demás personas. Esta dinámica alimenta una cultura de la comparación que no solo debilita la autonomía emocional de quienes participan en ella, sino que también erosiona la solidaridad entre mujeres.
Antes de profundizar en el problema de la expectativa afectiva, es fundamental reconocer cómo estas prácticas también alimentan la economía global y local. Según datos del Servicio de Información Agroalimentaria y Pesquera) en 2023 la producción de flores en México generó un valor de 8 mil 173 millones de pesos, un aumento del 8.4% respecto a 2022, siendo el Estado de México responsable del 75.6% de esa producción (6 mil 177 millones de pesos). fechas emblemáticas como San Valentín, el Día de las Madres o aniversarios se convierten en picos de consumo que reafirman cómo las emociones, especialmente aquellas vinculadas al amor y al afecto, pueden ser canalizadas hacia prácticas de mercado. En este sentido, el amor no solo se vuelve un producto visible en redes sociales, sino también un motor que impulsa sectores económicos enteros, transformando el acto íntimo de regalar en una dinámica que conecta el deseo personal con el sistema capitalista.
Estos números demuestran que no es negativo ni condenable comprar obsequios para la pareja; después de todo, el consumo es parte inevitable de la vida social. Lo verdaderamente preocupante es que, como sociedad, no se haya construido un sentido sólido de individualidad y autonomía emocional que permita a las personas diferenciar entre el amor genuino y las expectativas impuestas por tendencias y validaciones externas.
Gracias a las redes sociales, es posible identificar que las y los jóvenes de entre 16 y 24 años son los principales seguidores de estas tendencias, muchas de ellas centradas en demostraciones materiales dentro de las relaciones sentimentales. Este grupo etario, profundamente influenciado por plataformas como Instagram, TikTok y X (antes Twitter), ha crecido en un entorno donde la validación emocional y social se encuentra mediada por la visibilidad digital. Las “pruebas de amor” han dejado de ser gestos íntimos para convertirse en publicaciones que deben acumular likes, comentarios y aprobación externa. Desde cenas costosas y viajes sorpresa hasta regalos de lujo o ramos de flores gigantes, el afecto parece medirse en términos cuantificables. Esta lógica impulsa una cultura de consumo donde el amor se traduce en gasto, y donde el valor de una relación se asocia con su potencial de exhibición. Además, estas tendencias refuerzan estereotipos de género: se espera que el varón sea proveedor y la mujer, receptora agradecida y dispuesta a compartirlo todo en línea. En este contexto, se diluyen los significados profundos del compromiso, la comunicación y el cuidado, dando paso a una visión superficial del amor, moldeada por la lógica del mercado y la necesidad de aprobación inmediata.
De acuerdo con datos de la Procuraduría Federal del Consumidor, el 54% de los jóvenes en este rango de edad excede su presupuesto financiero y otro 18% realiza compras de manera compulsiva. Esta realidad, sumada al hecho de que muchos y muchas están iniciando su independencia económica, genera tensiones en las relaciones jóvenes. Al encontrarse en una etapa de transición —entre la dependencia familiar y la construcción de su autonomía—, muchas personas jóvenes experimentan una presión constante por mantener una imagen de éxito y bienestar, especialmente en el ámbito sentimental. Así, se enfrentan a decisiones financieras motivadas no tanto por sus verdaderas posibilidades o necesidades, sino por la necesidad de demostrar afecto a través de bienes materiales. El resultado es una carga emocional y económica que puede generar frustración, ansiedad y conflictos dentro de las parejas. En lugar de consolidar relaciones basadas en la comprensión y el crecimiento mutuo, se crean vínculos donde el valor está ligado al sacrificio económico o al estatus que se proyecta. Este panorama no solo pone en riesgo la estabilidad financiera de quienes apenas comienzan a construir su futuro, sino que también refuerza una visión del amor como algo que debe comprarse y exhibirse, más que construirse con diálogo, respeto y tiempo compartido.
Las expectativas materiales no solo afectan a quienes reciben, sino también a quienes se sienten presionados a dar, siendo en la mayoría de los casos, los hombres quienes enfrentan la carga de cumplirlas. Esto limita sus posibilidades de establecer metas económicas personales y de construir relaciones más sanas y equilibradas, mientras refuerza estereotipos de género que deberían estar en proceso de deconstrucción.
En materia de feminismo, es importante reconocer los avances logrados a través de la revisión crítica de la historia y las experiencias de las mujeres. Durante décadas, se ha trabajado intensa y constantemente en visibilizar las cargas y expectativas que han marcado sus relaciones afectivas. Sin embargo, estas prácticas actuales siguen reproduciendo patrones en los que se privilegia la satisfacción externa —la validación social y material— sobre el autocuidado y la autonomía emocional. Como resultado, se perpetúa un sistema que no solo afecta a las relaciones de pareja, sino que también debilita los lazos de apoyo entre mujeres. La competencia silenciosa por demostrar quién es “más amada” o “más especial” en términos materiales, obstaculiza la posibilidad de construir comunidades basadas en la sororidad y el respeto mutuo.
Esto último es crucial porque la sororidad implica un compromiso activo con el bienestar de otras mujeres, un pacto ético para erradicar dinámicas que nos enfrentan entre nosotras mismas. Pero, en un mundo donde las relaciones parecen medirse en términos de likes y stories, esta solidaridad se ve desplazada por la necesidad de destacar individualmente. Las redes sociales, aunque ofrecen oportunidades de conexión, también han exacerbado la comparación constante y la construcción de identidades amorosas basadas en lo que se exhibe públicamente.
Como afirma Marguerite Yourcenar en Memorias de Adriano:
“La pasión por la dulzura y la luz, y la pasión por hacerlas prevalecer”.
Esa es la pasión que debería guiar las relaciones: una que ilumine sin consumir, que prevalezca sin exigir y que transforme las dinámicas sociales hacia una convivencia más equitativa y solidaria. Solo fomentando la deconstrucción en cada uno de los ámbitos que forman a las personas —familia, escuela, redes sociales y cultura de consumo— podremos comenzar a desmontar estas expectativas dañinas y abrir espacio a un amor más auténtico y libre. Esto, a su vez, permitiría que las mujeres puedan ser vistas y valoradas no por lo que reciben o muestran en plataformas digitales, sino por quienes son y lo que construyen en comunidad.
Citas:
- Bauman, Z. (2003). Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica.
- Yourcenar, M. (2005). Memorias de Adriano (A. Pérez, Trad.). Edhasa. (Obra original publicada en 1951).
- Servicio de Información Agroalimentaria y Pesquera (SIAP). (2023). Producción de flores en México 2023. Gobierno de México. https://www.gob.mx/siap
- Procuraduría Federal del Consumidor (PROFECO). (2023). Estudio sobre hábitos de consumo en jóvenes. Gobierno de México. https://www.gob.mx/profeco