Perder a una amiga es perder un lugar seguro en el mundo. Se van con ella los días de sol, los cafés y tés de complicidad. Es mirar hacia otro lado y ver cómo los caminos se separan. Es cerrar los ojos y desear que la universa y las diosas la cuiden siempre, que sonría con cada amanecer y que sus deseos más hondos se cumplan. Es agradecer los días en que te tomó de la mano, cuando salieron juntas de la oscuridad. Es guardar su luz en la memoria, el corazón y el alma. Perder a una amiga es aceptar que la vida cambia, que el momento compartido terminó… pero el amor profundo no se va con ella.

— Judith Rangel, poesía de morras

Dicen por ahí que las amistades son la familia que escogemos en la vida. Hablar de amistad implica entender vínculos que nacen de lo desconocido y que, con el paso de los días, se convierten en un lugar común, en un devenir de enraizarnos en lo profundo.

El 30 de julio, a nivel internacional, se celebra la amistad como una iniciativa propuesta por la UNESCO para seguir incentivando estrategias por la paz. Pero hemos de decir que, más allá de centrarnos en la fecha conmemorativa, hablar de amistad implica irnos a un lugar donde nos habitamos desde el encuentro con la otredad.

Las amistades son vínculos que recaen en distintos lugares y, sin duda, el habitar común es acompañarnos en la vida. ¿Pero qué es la amistad? ¿A quiénes llamamos amigas, amigos, amigues? Me surgen más dudas que respuestas, y con certeza puedo decir que no hay fórmulas sobre cómo ser amiga o amigo. La amistad nace de todo y de nada: nos dejamos llevar meramente por la intuición y los gustos en común; pasamos a confiar, a compartirnos en la incertidumbre. Esa compañía que, con el tiempo, se convierte en lo que llamamos “amistades”.

Pero particularmente quiero hablar de la amistad que nace entre mujeres. Es cierta la frase: “mis amigas me salvan”. El amor que nace entre amigas es una especie de raíz, de micelio que se teje entre confidencias, llantos, risas y secretos que nos confiamos. Ser amiga es un universo de complejidades, porque es verdad que existe un amor muy honesto que, con el tiempo, se teje cada vez con más profundidad.

Son lugares de lo común. Nos volvemos casa, refugio, base. Aquel lugar donde sabemos que estaremos sanas y salvas. Lugares en los que no necesitamos ninguna máscara: podemos ser quienes somos, y el amor siempre prevalece. Es verdad que las amigas te llenan de energía. Cuando no puedes más y te cansa la vida, sabes que ellas te rescatan. Es cierto que su amor, mostrado en actos cotidianos —como caminar juntas o escuchar una y otra vez tus mismas historias—, te deja ver que puedes ser quien eres y seguir siendo amada.

La felicidad de reírte con ellas, bailar, cantar, abrazarse y acompañarse en la vida… nos deja sentir que el amor se expande.

Es un universo, como les digo, lleno de complejidades. Porque es verdad que todo esto nace de un amor entre amigas, pero así como todo amor, no es perfecto. Y entre la belleza de ser amigas, olvidamos que somos humanas, y que también muchas veces romantizamos ese amor. Caemos en los mismos prejuicios de los que huimos, medimos con vara alta lo que creemos que debe o no debe ser una amiga, como si pudiéramos catalogar a toda mujer en un solo lugar.

  • ¿Quién dice cómo se es más o menos amiga?
  • ¿Soy más amiga por llamarte más veces?
  • ¿Soy menos amiga por darte menos espacio?
  • ¿Quién dice que hay un manual para ser amigas?

Me surgen, nuevamente, más dudas que respuestas. Sin embargo, me atrevo a decirles que el amor entre amigas es una de las complejidades más sorprendentes que atravesamos en la vida. Porque es cierto que, con el paso del tiempo, los cambios también complejizan nuestros vínculos. Le dejamos una carga muy fuerte a las amigas, entre ese “amigas para siempre” con el que crecimos en la infancia y que, como si fuera consigna, muchas veces quisiéramos que así fuera. Que el “siempre” fuera permanente.

Sin embargo, como en todo vínculo que incluya el amor, una carga tan fuerte no puede sostenerse sin reconocer que cambiamos, nos transformamos y avanzamos hacia muchos lugares donde, a veces, ya no podemos seguir sosteniendo ciertos vínculos.

Jazmina, Daniela y Elvira dialogan de forma profunda sobre esto que hoy les comparto. En un maravilloso texto, ellas, entre cartas confidenciales como amigas, en Rituales para la amistad, nos narran lo complejo que es ser amigas. No porque el amor lo sea (quizá sí, en parte), sino por lo que implica reencontrarnos con las amigas cada tanto, o tener que atravesar rupturas necesarias.

Quizá, y a manera de sugerencia, deberíamos dejar de ser tan duras con las amigas. No tener la vara alta de nuestros estándares… o mejor aún, no poner estándares. Dejarnos ser cada vez más libres en este amor que implica llamarnos “amigas”.

Sin olvidar, claro, que el amor radical, la empatía, la escucha y el cuidado recíproco sean las consignas que nos enraícen en un amor más profundo. En un vínculo al que podamos acudir no solo cuando la vida nos arrolle, sino también cuando tengamos el amor expandido y la vida resuelta, para compartir nuestras mieles con ellas. Para compartir desde la risa, el canto, el baile… aunque de vez en cuando sea necesario adentrarnos juntas en un río de llanto, y salir más libres después de consolarnos.

Me gusta cómo lo describe Elvira:

“Con las amigas he aprendido lo que significa el cuidado del otre, el respeto, el amor desinteresado, la libertad, los límites, la pérdida, el soltar.”

En mi propia narrativa, confirmo, como ellas en el diálogo que entretejen y nos dejan ser parte, que es cierto: las amigas te dejan muchas lecciones que te acompañan para toda la vida.

Es verdad que, a veces, incluso una “desamistad” puede doler más que una ruptura amorosa, porque es el lugar donde nos habitamos entre tanto amor expandido, que perderlo se siente arrasador. Aunque en esa pérdida encuentres una nueva forma de expandirte y decir —desde el lugar de la ternura radical— que ya no podemos seguir acompañándonos, y aceptarlo… también es un acto de amor. Como Elvira, confirmó que los lugares donde más he crecido son las amigas.

Perder a Alma me hizo entender que soltar es parte de la vida. Llorarle durante meses, aceptar que forzar ser amigas no era el camino, entender que también lastimamos a las amigas —y que ellas nos lastiman—, reconocer que no había forma de retomar nuestra amistad y que debía seguir sin su compañía… todo eso me llevó a agradecerle a nuestras nuevas versiones de vida. Me llenó de otro amor, uno que logró comprender que, aunque quieras que todas las personas te acompañen siempre, eso no es posible.

Y que ese “siempre” que nos juramos algún día, se transformó en una realidad que ahora solo vivirá eternamente en los días de sol, en los viajes, en las charlas de café, en las caminatas, en los desvelos y en ese sinfín de historias que compartimos juntas. Ahí, en aquel tiempo de enraizarnos, ese es nuestro siempre… y también nuestro cierre.

A veces podemos ser muy duras con las amigas más cercanas, y ponemos estándares que ni siquiera tendrían que existir. Así fue como, con Alma, entendí lo que es perder el alma con las amigas… y reencontrarla desde un lugar más amoroso, más real y sincero. Entender que cambiamos con el tiempo y dejamos de poder ser amigas, no por falta de cariño, porque nos transformamos con el paso de los años y dejamos de poder compartir estas nuevas versiones que somos.

Ahora pienso en mis amigas, y estoy segura de que, como yo, tú también tienes una Berenice que te sonroja de tanto reír, con quien puedes sentirte libre. Una Mara con la que, a pesar de haber atravesado dificultades, aprendieron a perdonarse, y con el paso de los años la vida les permitió reencontrarse de nuevo como amigas desde los 12 años y sin importar el lugar, ellas saben que cuentan la una con la otra, sin condiciones y con mucho amor.

Una Andy que siempre tendrá su calidez para compartir la vida contigo y acompañarte con amor. Una Pauli que te hace florecer desde su brillo infinito. Una Aura que te motiva a seguir tu creatividad y expandirte de amor. 

Y aunque en mi lista faltan tantas mujeres maravillosas, brillantes y expansivas que han llegado a mi vida o siguen siendo parte de ella, sé que tú, como yo, si has conocido el amor profundo entre mujeres, entre amigas, sabes a lo que me refiero.

Es un amor colectivo que no tiene fin. Porque, como dijo Elvira: no hay lugar donde crezcas más que en el lugar de las amigas. Incluso en las amigas que se marchan, quedan lecciones de vida muy valiosas: como aprender a seguir viviendo y entender el “para siempre” como un lugar del presente. Si tienes amigas que ames, no seas tan dura.

Si tienes amigas, no pongas varas de cómo deben ser.
Si quieres ser mejor amiga, sé honesta, sé sincera, sé tú. Que la ternura radical sea nuestra consigna cuando seamos amigas, seamos amorosas y expansivas.

A todas mis amigas y des-amigas, gracias por ser parte de la vida.