Espera en la sala rosa
Por la avenida El Bordo, en la Ciudad de México, se forma una fila de mujeres visiblemente angustiadas, temerosas e incluso molestas con la vida, pues tienen que luchar por su salud, y en algunos casos, incluso por su vida. Este es un lugar en donde se les ayuda a ser resilientes y a tratar una de las enfermedades más comunes en mujeres: el cáncer de mama.
Tras cruzar esa terrible fila, se encuentra la clínica FUCAM, rodeada de un personal comprometido con apoyar a estas mujeres en su lucha contra la enfermedad. Desde el simple llenado de papeles hasta los tratamientos más complejos, este equipo las acompaña para que puedan vencer al cáncer y liberarse de ese espectro que lo acompaña.
Si miras hacia la sala que está a la derecha, verás a mujeres sentadas, esperando su turno para explicarle a la trabajadora social que, lamentablemente, la vida las está poniendo a prueba y ellas sienten que están empezando a perder, que no podrán seguir o incluso comenzar su tratamiento para luchar contra la enfermedad. Mientras evitan que un sollozo o una muestra de debilidad escape de su garganta, la tristeza es palpable. Si prefieres dirigir tu vista hacia enfrente, el panorama tampoco es muy alentador: encontrarás a familiares esperando que sus seres queridos salgan de los estudios, tratando de digerir tanto la noticia como sus alimentos.
A medida que avanzas, te encuentras con el área de radiología, donde la palabra “mastografía” trae consigo un gran significado y, sobre todo, un sentimiento de angustia y de temor. Muchas mujeres tienen que encerrar ese miedo y esperar que una enfermera o un doctor las llame para llevarles a esa sala blanca, que hace que todo tu cuerpo se contraiga por un frío que traspasa todas las capas de la piel y llega hasta los huesos.
Sin embargo, hay una escalera que te conduce por más pasillos interminables, donde los sentimientos ya no solamente son de miedo. También se percibe la tristeza y la resignación, cuando un doctor, en la mayoría de los casos, debe informar a las pacientes que su vida está a punto de cambiar drásticamente, al desarrollarse en su cuerpo esta enfermedad.
En este mismo piso se encuentra la ayuda de una serie de psicólogas y nutriólogas, quienes hacen que el proceso sea más llevadero, mostrando por dónde debe comenzar este nuevo camino.
Es por eso que, al subir más por esas escaleras, a la izquierda, hay una pequeña luz de esperanza y de compañerismo entre las pacientes. Entre libros y manualidades, logran olvidar por un par de horas los monstruos psicológicos que conlleva saber que tienes cáncer de mama.
En este piso pueden verse pinturas que expresan cómo se sienten las pacientes, con mensajes que nos ayudan a comprenderlas, como “No estamos solas” y “Es doloroso renacer”. Además, hay un pequeño bazar para que se pueda ayudar con los gastos del tratamiento.
En un pasillo escondido se encuentra una sala donde los especialistas de la clínica planean un tratamiento específico para una paciente. Una vez concluido el plan, pasan a esa sala para explicarles, asegurándose de que las pacientes estén de acuerdo con los procedimientos.
A medida que sigues caminando y bajando por las escaleras, te encuentras con diferentes situaciones: doctores yendo a ver a sus pacientes, mujeres esperando su diagnóstico, y familiares preocupados, porque sus familiares o conocidos se encuentran en cirugía para quitar esa masa extraña que se detectó en su pecho.
Finalmente, cuando decides concluir tu día en la clínica, sales con una mezcla de sentimientos indescifrables. Pero hay un sentimiento claro que se destaca: te das cuenta de que no estás sola. No solamente tienes a tu familia, sino también tienes a FUCAM, que estará contigo y no te soltará, aun cuando sientas que todo está mal.