En el artículo noveno de nuestra Constitución Mexicana se reconoce el derecho de las personas a acceder a una vivienda digna. Como ocurre con todos los derechos humanos, este derecho es transversal: no se limita a un solo ámbito, sino que se entrecruza con temas tan diversos y específicos como las propias vidas de quienes habitamos este país.

Desde hace un tiempo, hemos sido bombardeadas con una palabra que parece nueva, pero que ya está transformando nuestras ciudades: gentrificación. Cinco sílabas que han alterado el status quo en distintas zonas del país y la vida cotidiana de quienes las habitan. Pero… ¿qué tiene que ver esto con el derecho a la vivienda? ¿A quiénes afecta? ¿Me afecta a mí como chava? ¿KESTAPASANDAAAAA?

Tranqui, aquí te lo vamos a explicar de forma clara para entender juntas este fenómeno.

Primero: ¿qué es el derecho a la vivienda? Es un derecho fundamental que no solo está establecido en nuestra Constitución, sino también en diversos tratados internacionales. Podríamos meternos a citar artículos y definiciones, pero para hacerlo más digerible, lo resumimos así:

El derecho a la vivienda significa que todas las personas, sin importar su nivel socioeconómico o perfil cultural, deben poder acceder a una vivienda digna, bien ubicada, con servicios básicos y con seguridad en su tenencia. (Pon un pin mental en esto último, lo vamos a retomar).

¿Y quién garantiza ese derecho? El Estado. A través de programas y políticas públicas, el gobierno tiene la obligación de atender esta necesidad básica… aunque en la práctica, muchas veces lo hace de forma desigual, limitada o con una visión muy reducida de lo que implica habitar dignamente un espacio.

Ahora, entremos a la gentrificación. Este es un fenómeno multifactorial que ocurre cuando barrios habitados históricamente por comunidades populares —muchas veces por generaciones— empiezan a cambiar ante la llegada de personas con mayor poder adquisitivo, en su mayoría extranjeras o de sectores acomodados. Estas zonas comienzan a «embellecerse»: se mejoran calles, fachadas, servicios… pero junto con esos cambios, también se disparan los precios de la renta, la vivienda, los negocios y hasta los impuestos.

Aunque a primera vista parezca una mejora urbana, la gentrificación oculta efectos profundamente excluyentes: quienes han vivido toda su vida ahí, terminan por ser desplazados, porque ya no pueden sostener el aumento del costo de vida. (Aquí entra el pin que te pedí que guardaras: la seguridad en la tenencia se vuelve una ilusión cuando no puedes pagar por permanecer en tu propio barrio).

Y ahora sí, hablemos de cómo la gentrificación  afecta especialmente a las mujeres.

Durante décadas, el derecho a la vivienda ha sido confundido con el derecho a la propiedad privada, como si tener casa solo fuera posible comprándola. Esta visión ha provocado enormes desigualdades de acceso, sobre todo para las mujeres, que enfrentan mayores obstáculos económicos, jurídicos y sociales para rentar o adquirir una vivienda propia.

En ese contexto, la gentrificación se vuelve una carga más sobre nuestras espaldas. No solo se encarece el acceso a una vivienda, sino que también se nos desplaza simbólica y físicamente de espacios que hemos habitado, construido y defendido por generaciones. El encarecimiento del suelo urbano, el despojo indirecto a través de la renta y la invisibilización de nuestras necesidades nos arrebatan el derecho a tener un espacio propio, digno y seguro al cual podamos llamar hogar.

Y es que más allá de lo físico —cuatro paredes y un techo—, el hogar también tiene una dimensión emocional y política. Es un espacio de pertenencia, de arraigo, de historia compartida. En contextos de pobreza o desigualdad, el concepto de hogar cobra un valor aún más profundo, porque no se trata solo de tener un lugar donde dormir, sino de defender un espacio que representa identidad, seguridad y memoria colectiva.

Este es apenas un primer acercamiento a un tema que se volverá cada vez más urgente. Porque hablar de gentrificación no es solo hablar de cambios urbanos: es hablar de quién tiene derecho a permanecer, a habitar, a construir su historia y su vida en libertad. En las próximas entregas profundizaremos más en cómo este fenómeno afecta de forma diferenciada a las mujeres y a las comunidades históricamente excluidas.Así que si alguna vez has sentido que te están sacando de tu propio barrio… no estás exagerando. Vamos a hablar de ello.