Una ciudad puede ser refugio o una zona de supervivencia. Desde su concepción, los espacios urbanos fueron diseñados para servir al capital y a las lógicas masculinas, dejando a los grupos no deseados, en este caso, a las mujeres, en la periferia física y simbólica.

El Informe de Seguridad Urbana 2023 de ONU Mujeres dice que siete de cada 10 mexicanas han sufrido algún tipo de agresión en espacios públicos. El espacio público se ordena para invisibilizarnos y atacarnos. La ciudadana no es dueña de sus cuerpos ni de sus espacios.

En contextos de gentrificación, la violencia borra las redes de seguridad. El análisis de la arquitecta urbanista, Laia Grau Balagueró, advierte que las ciudades que se renuevan no siempre pierden población, pero sí pierden vínculos. Los espacios comunitarios desaparecen; se desvanecen las vecinas vigilantes, los comercios locales, la tienda donde ibas a conversar con la dueña y las redes de cuidado que en consecuencia, produce aislamiento social.

Según Balagueró, a las mujeres se les presuponen dos condiciones biológicas que determinan su rol social: el de cuidadoras y sumisas. Las mujeres encargadas de sostener sus hogares generan una condición económica más frágil. El mercado laboral penaliza esta atribución fomentando la intermitencia en sus trabajos y con una brecha salarial que impacta las condiciones de vida.

La dependencia económica hacia la pareja incrementa la vulnerabilidad. Para las madres solteras, la carga es doble al mantener a su familia y procurar un entorno seguro. Sin redes de apoyo, acceder a vivienda digna en zonas bien conectadas se vuelve casi imposible.

El urbanismo feminista propone planear la ciudad pensando en los recorridos y necesidades de las mujeres. Pero el modelo urbano actual sigue apostando por megaproyectos inmobiliarios que, bajo la etiqueta de modernidad, expulsan a comunidades enteras.

Esto provoca un recorte al acceso de transporte seguro, empleo y servicios en un país, donde las mujeres dependen más del transporte público. Un artículo de la Universidad Politécnica de Cataluña, Renovación Urbana y Gentrificación, alerta que cuando son empujadas a la periferia, pierden autonomía. Gastan más tiempo y dinero en traslados y participan menos en la vida comunitaria y política.

No es solo un tema de ingresos; el mercado inmobiliario prioriza la especulación por encima del derecho a la ciudad. Y en la periferia, la oscuridad, la precariedad del transporte y la distancia de los servicios, multiplican los riesgos.

La obra Urbanismo Feminista de Punt 6, una colectiva de trabajo formada por arquitectas, sociólogas y urbanistas de diversas procedencias, resume así: 

Es necesario un cambio drástico en el modelo económico de las ciudades, que no esté basado en el dogma del crecimiento, sino que busque un equilibrio de los factores económicos, sociales y ambientales (2019: 164).

Es urgente agilizar políticas de vivienda accesibles para mujeres, reforzar redes comunitarias y planear la ciudad con su seguridad y participación en cada etapa. La expulsión no sólo despoja; borra, margina y convierte la movilidad en un privilegio.

Cuando la ciudad no te deja habitarla, también te está diciendo que no eres bienvenida.