Adolescente: entre el streaming de ficción y la crudeza de una generación en pantallas
Adolescense es una miniserie producida por Netflix, una de las plataformas más famosas de streaming. Tras su estreno, la propia plataforma anunció que ha recaudado un total de 96.7 millones de vistas, una cifra récord. Y es que no es para menos: “Adolescencia”, por su título en español, tocó las fibras sensibles y los tabúes que faltaban poner sobre la mesa.
La miniserie de ficción narra la historia de un niño de 13 años que comete un feminicidio. Alrededor del caso se desata la pregunta: ¿por qué lo hizo? Y en el intento de poder responderla, vamos observando todo un entorno que no logró erradicar la violencia de un joven que fue cultivado en una cultura que escapa a la realidad.
Lo anterior provoca un mundo binario, con ideas como el conservadurismo, estereotipos muy marcados y mandatos patriarcales de género. No vayamos muy lejos: ¿cuántos influencers mexicanos o latinos, sin importar su género, no conocemos que están hoy fomentando ideas conservadoras y obsoletas? ¡Bingo! La preocupación es real, pues bien ya lo dijo Rita Segato:
“La violencia no es simplemente un acto individual, sino que está profundamente arraigada en las estructuras sociales y culturales. Y solo mediante una reforma de la intimidad será posible desmontar la escalada de la violencia en la sociedad.”
Número dos: el ciberbullying. En la serie se observa cómo tanto los padres como los maestros están tan ajenos a lo que sucede con les estudiantes, que no tenían idea del ciberbullying que existía ni del bullying entre les compañeres. Hoy este tema ya es un problema de interés público a nivel estatal en distintos países. Tan solo en México se han presentado tristemente casos interminables de adolescentes que han sido asesinades por bullying, con golpes, armas blancas o de fuego. Yo me pregunto: ¿qué está pasando y por qué nadie les está observando?
Se estima que al menos tres millones de infancias y jóvenes sufren de acoso escolar, lo cual tristemente llega a consecuencias de violencia extrema. Tal es el caso de Fátima, una estudianta de CDMX hospitalizada tras ser aventada de un segundo piso por compañeros de secundaria; o Sebastián, asesinado por varios compañeros que llevaban ejerciendo violencia continua sobre él. ¿Cómo hemos llegado a esto y por qué no estamos aterrorizades al respecto?
El punto tres es la normalización de la violencia en escala. En la serie observamos cómo el joven claramente va desarrollando conductas que no son atendidas y son minorizadas. Vemos a un padre que se disfraza de “explosivo” para justificarse a sí mismo y una esposa que, aunque expresa su sentir, no es del todo escuchada, además de que en los momentos de ira, se somete a las conductas del marido. La familia se sostiene en no demostrar emociones “no permitidas” y, en cambio, en “tolerar” las conductas violentas de los hombres del hogar. El papel del padre me recuerda a un poema de Natalia González: No me pega pero…
«No me pegaba pero… Todo el tiempo estaba de mal humor, […] podía dejar de hablarme e ignorarme, se enojaba y me llevaba al límite.»
¿Cuántas veces hemos visto hombres que no sanan su masculinidad reflejados en estas conductas? Como el padre de la serie, quien quizá no le pegaba a nadie en su familia, pero era un hombre con una masculinidad no sana, que fomentaba vínculos con ira, desconexión e invalidez hacia las mujeres de su casa. Su justificación era que él había vivido cosas más duras, así que no se hacía cargo del tipo de violencia de la cual él seguía siendo portador. Nuevamente recuerdo a Rita diciéndonos:
“La violencia no es solo un problema de individuos violentos, sino de un sistema que produce y reproduce ciertas formas de ser hombre.”
El punto cuatro resulta en el binarismo, lo cual consiste en una acción donde —como diría Rita— las masculinidades hegemónicas son una construcción cultural que alimenta la violencia y el poder desigual. Vemos cómo en la escuela los adolescentes replican tanto los valores como los estándares sociales negativos. Por ejemplo, los estereotipos de cómo debe verse un hombre o una mujer, basados únicamente en dos géneros. Las jóvenes son sexualizadas y clasificadas en consumibles o no, y me atrevería a decir que también los hombres, aunque de distinta forma, son vistos como feos o guapos según los estándares impuestos. Ambas partes son violentas entre sí por no cumplir con los mandatos patriarcales de la feminidad o la masculinidad.
El personaje principal despoja de toda humanidad a la víctima, pues reduce a las mujeres a objetos de consumo, basado en ideas fomentadas en la cultura digital como los incels y la machosfera: espacios que fomentan la violencia hacia la mujer y que, en la vida real, han llevado a cometer actos —dolorosamente— de asesinato a causa del consumo de estas formas de ver el mundo.
Por otro lado, queda la violencia del papel secundario: la víctima antes de ser asesinada, ejerce ciberbullying a sus compañeros que, según sus estándares, quedan fuera de una masculinidad aceptada para ella, siendo motivo suficiente para acosarlos, insultarlos y humillarlos. Aquí nuevamente vemos a Rita:
“El mandato de la masculinidad presente, un sistema que daña a todas las personas, incluidos los hombres, al imponer una única forma válida de ser masculino.”
Una visión que fomentan tanto hombres como mujeres, dejándonos como resultado a adolescentes que se convierten en hombres emocionalmente reprimidos, con dificultades para vincularse desde la ternura y la empatía.
Habría que cuestionarnos desde dónde debemos actuar en conjunto para erradicar toda violencia, porque nos afecta a todos, todas y todes. Es por esto que Adolescense nos hace cuestionarnos desde distintos lugares: en primer plano, ¿cómo atendemos el problema de violencia cada vez más fuerte en nuestras sociedades? Con una urgencia en atender desde políticas públicas urgentes, segundo el desafío de regular como se consumen las redes sociales en etapas tempranas y en el resto ¿cómo regulamos la proliferación de ideas sexistas, machistas y binarias? un tema pendiente a nivel público que debe abordarse con toda la seriedad.
Finalmente, el hilo conductor y central de la historia: erradicar toda violencia extrema que pone a las mujeres como objetos consumibles, quitándoles incluso el merecimiento a la vida, lo cual es inaceptable.
En el caso de replantear nuevas formas de vincularse desde espacios diversos que no caigan entre lo femenino o lo masculino, preguntarnos: ¿qué tanto las mujeres ejercemos el ciclo de violencia al que somos sometidas, lo que nos hace pasar de víctimas a victimarías desde lo emocional y psicológico donde se replica nuevamente el concepto de masculinidad erróneamente aceptado? Sin duda, es un tema que da mucha tela para cortar, pero que tenemos que atender pala masculinidad en conjunto y abriendo espacio a masculinidades reflexivas, solidarias, cuidadoras, empáticas y responsables.
Un reto colectivo y profundamente político. Recordando a Carol Hanisch: lo personal es político.