Durante años, se ha hablado del amor desde la mirada femenina. Se ha criticado —con razón— cómo los cuentos de hadas, las comedias románticas y las canciones de amor han encasillado a las mujeres en el rol de quienes cuidan, esperan, sufren y entregan todo. Pero, al mismo tiempo, ha quedado un enorme vacío en el discurso: ¿cómo aman los hombres? ¿Cómo aprenden a vincularse? ¿Desde dónde se relacionan afectivamente?

Hablar del amor heterosexual sigue siendo, hablar de una desigualdad relacional. Aunque hemos cuestionado y reformulado muchas ideas sobre el amor romántico, la mayoría de las veces, cuando escuchamos historias de ruptura o decepción en una pareja heterosexual, los relatos se parecen: él no quiso una relación seria, él fue infiel, él no se responsabilizó emocionalmente, él se alejó cuando todo parecía estar bien.

En los estudios de género, el amor no es visto como una emoción puramente individual, sino como una construcción social, atravesada por normas, expectativas y estructuras de poder. Desde esta perspectiva, muchas de las actitudes que observamos repetidamente en hombres dentro de relaciones sexo-afectivas no son casualidades, sino formas aprendidas y reforzadas por un modelo dominante de masculinidad.

El modelo tradicional de masculinidad —ese que premia la independencia, la racionalidad, el control y la fuerza— ha dejado poco espacio para la expresión emocional honesta. Muchos hombres no aprendieron a reconocer lo que sienten, y menos a compartirlo. En cambio, han sido educados para evitar el compromiso emocional, para “no ilusionar” a nadie, para huir si sienten que se están acercando demasiado.

Relaciones con fecha de caducidad

Salimos un año y al final me dijo que no quería nada serio”. “Parecía que todo iba bien, pero desapareció”. “Dice que no sabe lo que quiere”. Estas frases, repetidas entre amigas, primas y compañeras de trabajo, no son solo anécdotas, son síntomas de una forma de vincularse que ha sido validada socialmente.

No se trata de culpar o generalizar, sino de mirar con detenimiento una estructura que se repite. ¿Qué pasa con los hombres cuando se relacionan? ¿Por qué muchas veces no saben si quieren o no quieren una relación, pero aún así inician un vínculo? ¿Por qué se mantiene la idea de que el compromiso es una amenaza y no una elección compartida?

La respuesta no está solo en ellos como individuos, sino en la forma en que la cultura ha moldeado la idea de lo masculino. En cómo se sigue esperando que un “buen hombre” sea proveedor, fuerte, protector, pero no necesariamente afectivo, sensible o disponible emocionalmente. Ser vulnerable sigue siendo, para muchos, sinónimo de debilidad.

Amar en secreto: infidelidades, omisiones y el poder de la mentira

Una experiencia que se repite en las historias amorosas de muchas mujeres, es la de haber descubierto que no eran las únicas. Que había otra —o varias otras— a las que nunca se les dijo la verdad. Que lo que parecía una relación genuina y exclusiva era, en realidad, una red de vínculos paralelos sostenidos por silencios, omisiones o directamente mentiras.

No se trata solo de una “traición amorosa”, sino de una forma de ejercer poder y control sobre los afectos de otras personas: decidir por ellas lo que pueden o no saber, negarles la posibilidad de elegir con plena conciencia si quieren o no estar en ese vínculo.

Omitir que se tiene otra relación, mentir sobre los sentimientos o jugar con los tiempos y los afectos para mantener a varias personas emocionalmente disponibles, es una forma de violencia emocional que, aunque no siempre se nombra, deja huellas profundas: pérdida de confianza, ansiedad, dudas sobre la propia valía, dificultad para volver a vincularse.

Muchos de estos hombres dicen “no querer hacer daño”, incluso cuando ya lo están haciendo. Alegan confusión, miedo, falta de compromiso. Pero lo cierto es que detrás de muchas de estas situaciones hay una forma muy clara de ejercer privilegio: tener acceso a múltiples vínculos sin asumir responsabilidad emocional con ninguno.

Y mientras tanto, las mujeres —las “novias”, las “casi algo”, las “amigas con derechos”— quedan atrapadas en relaciones sin claridad, donde todo lo que no se dice pesa más que lo que se comparte.

El problema no es el deseo de tener más de una relación. Existen formas consensuadas, éticas y transparentes de practicar la no monogamia. El problema es hacerlo a escondidas, engañando, manipulando, administrando el afecto como si fuera un recurso del que solo una parte tiene control.

El amor como terreno de poder

Amar en desigualdad puede ser invisible. A veces se esconde en pequeños gestos: quién propone hablar, quién evita el conflicto, quién tiene que poner límites, quién termina esperando. Otras veces, se vuelve más evidente: quién decide si la relación avanza o no, quién tiene el control de los tiempos.

Y aunque hay muchos hombres que también sufren, que se sienten solos, confundidos o insatisfechos con estos modelos, pocas veces se les invita a ponerles nombre o a revisarlos. La conversación sobre el amor ha sido, en gran parte, una conversación de mujeres sobre los hombres, pero no con ellos.

La invitación es a preguntarse, no desde la culpa, sino desde la posibilidad: ¿cómo sería una relación si los hombres pudieran amar sin miedo, sin necesidad de controlar, sin repetir lo que se espera de ellos? ¿Qué pasaría si hablar de emociones no fuera vergonzoso? ¿Y si el compromiso no fuera una carga, sino una forma de cuidado mutuo?

Si no me hubiera ido, sería tan feliz

Hay otro tipo de relato que se repite en voz baja, casi como una confesión tardía: hombres que no superan a una ex pareja. No porque el amor haya sido interrumpido de forma abrupta o por una tragedia, sino porque en su momento no supieron cuidar, valorar o estar presentes en esa relación.

Después de haber sido emocionalmente evasivos, distantes, o incluso hirientes, algunos hombres miran hacia atrás con nostalgia. De pronto, aquella mujer a la que no escuchaban, con la que no se comprometieron, a la que abandonaron emocionalmente, se convierte en la que sí valía la pena. La idealizan cuando ya se ha ido, cuando ya rehizo su vida, cuando ya no está dispuesta a volver.

Y entonces aparece el “hubiera”: Si hubiera sido diferente, si hubiera estado listo, si hubiera entendido lo que tenía. Pero en su momento no lo vieron. No porque no supieran —sino porque no quisieron, o no pudieron, asumir lo que implica estar emocionalmente presentes en una relación.

Este tipo de recuerdo no es amor, es memoria del ego. Es deseo de reparar sin haber hecho el trabajo es culpa disfrazada de romanticismo. Y muchas veces, en lugar de abrir un camino de transformación, encierra a esos hombres en la misma postura: la de no poder construir nada en el presente porque están aferrados a un pasado donde no supieron estar.

El amor que se da tarde no es amor. Es lamento. Y mientras ese lamento no se transforme en reflexión real y en responsabilidad emocional hacia futuras relaciones, sigue siendo parte del mismo patrón: no habitar el presente afectivo, no hacerse cargo, no estar.

Más allá de los estereotipos

Afortunadamente, hoy existen espacios que abren estas discusiones. La reflexión sobre las masculinidades ha comenzado a tomar fuerza y cada vez hay más voces, incluso masculinas, que cuestionan estos moldes. Porque lo cierto es que el amor, cuando se vive desde el miedo, el poder o la confusión, termina siendo un campo de batalla en lugar de un espacio de encuentro.

Romper con los mandatos no es fácil, pero es urgente. Y si queremos relaciones más justas, más honestas y más humanas, es necesario que los hombres también se pregunten cómo quieren amar, cómo quieren ser amados y qué están dispuestos a construir.

Explorar el amor en conjunto y cuestionar la construcción de sus relaciones es una oportunidad de encontrar el espacio de confianza para ambas partes, y comenzar a desentrañar la red de prejuicios, actitudes y acciones que aún nos afectan.