Consideraba que los momentos más “memorables” de mi vida habían transcurrido en la gran Ciudad Monstruo y por lo tanto, yo era toda una chilanga. Lo cierto es que por 17 años el Edomex fue mi casa.

La pandemia por Covid-19 nos obligó a mí y a las foráneas a regresar a nuestros orígenes, a nuestros pueblos o municipios en los que crecimos, lejos de la “meca del conocimiento universitario”. Recuerdo la casa en movimiento; la cotidianidad escolar o laboral conviviendo con las labores domésticas, y el aura a veces pacífica, a veces al borde de la locura por el hartazgo del encierro.

Fue en este ambiente pandémico que LAS conocí. El 28 de septiembre de 2020 un grupo de mujeres se subió al puente que cruza el canal de aguas negras que está al borde de mi municipio y colocaron una manta gigante con la siguiente leyenda:

“ABORTA SEGURA MIJA, TU BARRIA TE RESPALDA”

A la retadora frase escrita en mayúsculas y en color verde se agregaba la dirección de una red social.

Yo solo pude sentir admiración. ¿Cómo era posible que esas morras, siendo tan pocas, se atrevieran a brindar ayuda de ese tipo? ¿Aquí? ¿En mi municipio mexiquense-católico-tradicional, con casi un ciento de años de historia priísta? ¿Quiénes eran?

Me sorprendió que el feminismo (que a mis 20 años solo conocía por el desmadre del bloque negro en las noticias, o en los grupos separatistas de mujeres blancas universitarias) estuviera presente en mi lugar de origen como un movimiento organizado.

Pude conocerlas cara a cara y, acostumbrada a las kilométricas marchas que paseaban por Reforma cada 8 de marzo, he de admitir que no eran lo que había imaginado. Pero el acercamiento con aquellas MUJERES comenzó a despertarme dudas.

Pasó que durante ese periodo pandémico, no solo mi cuerpo retornó al hogar, también lo hizo mi curiosidad, que por mucho tiempo vio con ansias hacia afuera. Comencé a cuestionar lo más inmediato y cercano, lo que nunca me había preguntado por las ganas adolescentes de irme para vivirlo todo.

¿Y mi madre? ¿Y su historia? ¿Y mis abuelas? ¿Cuáles son sus historias? Platiqué con ellas, las atiborré de preguntas, me acerqué a sus rostros con la cámara, consumí con sed los álbumes familiares y cuando los terminé de ver, quise hacer los míos para preservar sus historias desde mi mirada.

Siempre es difícil enterarse de lo duro que es la maternidad en contextos hostiles para las mujeres, en donde su voz no es escuchada, ni su voluntad respetada; en donde muchas veces son violadas, obligadas parir y luego, orilladas a trabajar jornadas sin fin para mantener y criar SOLAS a los hijos que NO decidieron tener.

Las MUJERES del puente y yo nos juntamos. Pienso en aquellas que recurrieron a nosotras con desesperación porque no generaban suficiente dinero para mantener a otra cría, porque ya tenían los hijos que habían planeado tener o simplemente porque no querían tenerlo. De muchas fuimos su única compañía en el proceso; así, a través de una pantalla, sin conocer nuestras caras.

Es ahí, en el reflejo de mi propia historia y de sus peticiones de ayuda, que las consignas que tanto repito a gritos cada 28 de septiembre cobran sentido, ya no solo en mi cabeza, también en mi corazón. Cobran sentido para mí, los conocimientos que muchas MUJERES me han compartido para ayudar a otras a decidir sobre sus cuerpos.

En fin, la vida vuelve a la normalidad, las personas a sus quehaceres, y yo a la Ciudad Monstruo porque ahí está la chamba. Hoy, a cuatro años de que vi a esas MUJERES en el puente, siento que todo fue un deja vú o un sueño de esos que sientes que has tenido otras noches, pero que están lejos de la realidad.

¿Y entonces qué sucede ahora? Pasa lo que llaman “la vida adulta”. Y hay tantas cosas que hacer, tantas horas que trabajar, tanto tiempo que pasar sentada frente al teclado lejos de los que amas porque, como decía Vivian Gornick: “si NO te vas de casa te asfixias, si te vas demasiado lejos te falta el aire”.

Mi contacto con las MUJERES del puente ha caído en la intermitencia, pero no olvidamos escribirnos cada 28S para platicar de la vida y discutir cuál será nuestro próximo movimiento.

La lucha en colectividad es complicada y puede ser desgastante, pero nada es más hermoso que sabernos acompañadas en nuestros lugares de orígen, en donde pensábamos que estábamos solas. Aquí, a las afueras de las ciudades y a la orilla de la historia, nos tenemos las unas a las otras y juntas seguiremos hasta que todas sepan que nadie más que ellas puede definir su propio destino.

Mónica Cruz. Periodista y escritora (porque le gusta expresarse así, no porque sepa hacerlo).