No es Auschwitz, es Teuchitlán. Es tierra mexicana. En ella descansan la omisión, revictimización e indiferencia de los tres poderes de la Nación: Ejecutivo, Judicial y Legislativo. 

México es una fosa común que destapa dos grandes estragos: la ineficiencia de un sistema judicial y la inexistente reparación de las pérdidas.

La deuda es histórica. Se le debe a las madres y padres buscadores. Son ellos quienes buscan los indicios, los huesos o pista de sus hijos. Esa es la resistencia que ejercen las colectivas buscadoras frente a un país que desaparece cuerpos y fulmina sueños. Esas familias son las que entran, buscan y encuentran lo que las autoridades no pueden hacer o que no quieren ver.

La resistencia no es heróica. Es la única enmienda que pueden hacer las familias buscadoras, porque es lo único que tienen después de arrebatarles, en primer lugar, a sus seres queridos, y en segundo, el acceso a la justicia y verdad.

La indolencia que ha dejado la guerra contra el narcotráfico es un horror que debería perpetrar hasta tocar la empatía de la ciudadanía. Como territorio, México es una fosa clandestina. Refugio de las más grandes atrocidades y un sistema debilitado por intereses individuales.

Como Nación, caminamos en la impunidad, misma que es la barbarie del pasado, la intromisión, corrupción y permisividad dominante y partidaria.

Más de 120 mil personas desaparecidas en el territorio, a quienes se les arrebataron los sueños, la tranquilidad; dejando familias destrozadas, impunidad latente y kilómetros que recorrer hasta encontrarles. La crisis humanitaria de desaparición forzada es de emergencia nacional. Es la forma más sanguinaria de despojo de cuerpos, calma y sepultura.

El país está que se cae a pedazos. Cuerpos por doquier. Fosas de norte a sur, a lo ancho y largo de la República Mexicana. Incertidumbre sin descanso. Madres buscadores que hacen el trabajo de los puestos adormilados. Encubridores con toda una cadena de respaldo. Carpetazos. Escenas sembradas. Dolor y pérdidas que no cesan.

Que los ojos de las y los desaparecidos los sigan y el llanto de sus madres no los dejen dormir hasta que la indignación y resistencia no paren de preguntar: ¿De quiénes eran esos 400 pares de zapatos? ¿Quién los despojó?