Del odio al poder: de la suástica a Trump
El triunfo de Donald Trump como el 45.° presidente de los Estados Unidos ha dejado al mundo en una pausa inminente. Sus posturas políticas, además de ser el primer presidente en asumir el cargo con evidencias fehacientes como criminal y ex amigo de personajes como Jeffrey Epstein, más allá de actos que parecieran sacados de un reality show estadounidense, han encendido las alarmas globales debido a su notable simpatía con ideas de ultraderecha. Esto pone sobre la mesa un hecho innegable: el ascenso de la ultraderecha en algunos gobiernos del mundo.
Pero la pregunta más importante es: ¿qué siembra un país que cosecha ideas en contra de la empatía humana? ¿Cómo entender que una sociedad entera simpatiza con ideas que nos devuelven al pasado? Si bien no podemos comparar en un sentido estricto la época trumpista con la nazi, podemos decir que se acerca inquietantemente. Regresando un poco en la historia, Hitler no comenzó de la noche a la mañana a construir lo que terminó siendo una de las heridas más grandes para la humanidad. Su primer y más poderoso movimiento fue la difusión de ideas que una sociedad entera aceptó.
El escritor Umberto Eco, en El fascismo eterno (1995), describe un conjunto de características que, podríamos decir, encajan con las ideas que hoy se difunden, desde Trump hasta Netanyahu. Eco define el Ur-Fascismo como un fenómeno que no responde a una ideología fija, sino a un conjunto de rasgos que pueden manifestarse en distintos contextos. Uno de ellos es el culto a la tradición, que rechaza la modernidad y busca idealizar un pasado glorioso. También implica un rechazo del pensamiento crítico, donde la verdad no se construye mediante la argumentación, sino a través de dogmas incuestionables. Este tipo de discurso fomenta el miedo a la diferencia, promoviendo la xenofobia, el racismo y la intolerancia.
Además, el miedo al pacifismo se convierte en una herramienta para glorificar la guerra y la violencia como únicas formas legítimas de poder. En este modelo, los líderes exaltan la fortaleza y el dominio, lo que se traduce en un desprecio por los débiles, así como en un machismo estructural, que impone modelos tradicionales de familia y género. A nivel político, se sostiene en un populismo selectivo, donde la voluntad del pueblo es interpretada por el líder sin necesidad de intermediarios democráticos.
Todo comienza señalando a un pueblo como enemigo, apuntando con el dedo al otro, asegurando que sus diferencias son dañinas. Así comenzó en la historia un capítulo terrorífico y lleno de dolor. Y aunque hoy, en teoría, deberíamos estar a kilómetros de estos episodios, la realidad es que estamos peligrosamente cerca. Una nación entera ha demostrado simpatizar con la división de la sociedad en un nosotros y un ustedes.
Son tiempos en los que deben prevalecer las ideas que nos guíen hacia el progreso. Es momento de acuerparnos desde la conciencia y no dejarnos convencer por discursos que nos devuelven a las sombras de la historia.
Es momento de aferrarnos a otras formas de existir frente a personajes que encabezan gobiernos que no valoran ni la vida humana, mucho menos la dignidad y la justicia. Es momento de decir basta y resistir ante el embate. Porque el mundo no tiene minutos de sobra, le faltan. Nuestros recursos se agotan mientras sus gobiernos y élites continúan sosteniéndose a costa de nuestra explotación, manteniéndonos en la miseria. Nos venden su consumismo y sus ideas para evitar que accionemos y nos colectivicemos.
Frente a estos tiempos, es urgente retomar, como diría Petro: «No nos dominarás nunca. Se opone el guerrero que cabalgaba nuestras tierras, gritando libertad.»